El 2020 se ha convertido en un año para recordar, si, pero no por los motivos que esperábamos. Este año se miraba promisorio en materia ambiental, se le denominaba el “súper año para la naturaleza y la biodiversidad”, con la esperanza que se posicionaran aún más aquellas soluciones basadas en naturaleza que nos permitirían alcanzar una mejora en la calidad de vida de las poblaciones enfrentando los retos del cambio climático y uniéndonos para proteger nuestro planeta. Se esperaba profundizar en una mirada holística que permitiera concatenar los retos que el cambio climático nos presenta, con la necesaria protección y uso sostenible de nuestra biodiversidad, buscando alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible a que aspira la humanidad; más aún considerando que durante el 2019 los espacios formales de negociación intergubernamental como la Conferencia de las Partes 25 de Cambio Climático no regeneraron compromisos suficientemente ambiciosos.
Sin embargo, lo que hemos obtenido en estos primeros seis meses del 2020 han sido un cúmulo de sensaciones encontradas: temor por una amenaza que no podemos ver y por lo tanto evadir, cambios o limitaciones en nuestras maneras de trabajar, vida en soledad o exclusivamente con nuestros núcleos familiares, distanciamiento físico obligado con nuestros seres queridos, miedo a que un abrazo transmita dolor futuro, pérdidas personales o cercanas, cambios en nuestros patrones de consumo, desarrollo de la inventiva para solucionar problemas cotidianos, redescubrir lo enriquecedor que es disfrutar los momentos en familia o las cosas simples, reencontrarnos con aquellos pasatiempos que nuestras atareadas agendas no nos permitían disfrutar, desarrollar habilidades nuevas descubriendo al buen cocinero que todos llevamos dentro.
Cada uno de nosotros podrá contar diversas historias de lo que vivió en estos meses y la manera cómo se propone afrontar los meses que vienen, pero todas nuestras historias se inician en un lugar común: una persona, en un lugar lejano, no supo respetar los límites de convivencia con la naturaleza, con su entorno. Este no es un caso aislado, la especie humana parece no conocer los límites y restricciones en esta convivencia con el entorno, con ese entorno en el cual vivimos y nos desarrollamos; parecemos no entender que hay que conocer, respetar, proteger y hacer un uso sostenible de nuestro entorno. Si no somos parte de la solución, seremos parte del problema.
Los antiguos peruanos se adaptaron a su entorno y supieron vivir en armonía con él, como lo demuestran los andenes que aún utilizamos y siglos después siguen brindando alimentos, así como estructuras precolombinas que se mantienen en pie, ya que están construidas considerando aspectos climáticos o geológicos propios de esta región. Los peruanos tenemos que reaprender a relacionarnos con nuestro entorno, pues seguimos afectando espacios naturales y ecosistemas sin considerar que necesitamos de ellos para que nos brinden bienes y servicios ambientales de provisión de alimentos, regulación climática o hídrica, soporte en la formación y mejora de suelos, así como servicios culturales asociados a aspectos de recreación o belleza escénica.
Un ejemplo lo tenemos en la cadena de lomas costeras con que cuenta nuestro país, ecosistemas considerados por los traficantes de terrenos como espacios a ser lotizados, sin conocer la importancia que estas tienen para las especies que las habitan, la estabilidad que estas ofrecen ante posibles riesgos de erosión de suelo que afecten finalmente a la poblaciones asentadas en las partes bajas y el rol que tienen como espacios culturales y de recreación en ciudades, que como en caso de Lima, tiene menos espacios públicos de los que realmente requiere la población. Solo en la ciudad de Lima hay un sistema de lomas costeras ubicados en distritos como Rímac, San Juan de Lurigancho, San Juan de Miraflores, Villa María del Triunfo y Carabayllo, brindando a la población aledaña oportunidades de regulación climática, respaldo ante posibles riesgos de deslizamientos, así como oportunidades laborales basadas en turismo interno. Cuidando y haciendo un uso apropiado del entorno, los beneficios sociales, ambientales y económicos son mayores que los que puedan coyunturalmente obtenerse de la depredación de estos espacios, considerando además que este “beneficio coyuntural” no está pensado en la población en su conjunto sino en el beneficio inmediato de quien ejecuta la actividad ilegal.
Similar situación podemos encontrar en las zonas altoandinas de nuestro país o en nuestra Amazonia, donde conocemos de la presencia de actividades ilegales de minería, tala, tráfico de especies y tráfico de tierras, que no necesariamente son realizadas por quienes habitan estos territorios sino producto de una migración propiciada por intereses económicos que generan destrucción. Y se trata de delitos, que no solo deben ser reprimidos sino también castigados oportunamente. En el caso de nuestros bosques amazónicos, estos son de los más importantes del planeta, cuentan con una reconocida biodiversidad pero además acogen a una importante diversidad de culturas originarias que se ven afectadas en sus medios de subsistencia, en su salud y en su cultura, por la invasión y destrucción de estos espacios, que genera perdidas irreparables y modifica los medios de vida de nuestros compatriotas mas vulnerables.
Ejemplos hay muchos y podemos darlos respecto a la devastación de los bosques secos del norte del país que son representaciones únicas de nuestra riqueza biológica, la manera cómo se invaden cauces de ríos y quebradas modificando el flujo del agua y así generando destrucción y pérdida de vidas, el impacto negativo que no solo el cambio climático sino actividades mineras ilegales están teniendo en nuestros glaciares o la explotación de especies de flora y fauna de manera insostenible.
Para empezar con la construcción de soluciones, debemos reconocer lo valiosas que son nuestras decisiones y la oportunidad que tenemos de implementarlas de manera acertada. Si comenzamos por organizar a nuestras familias y aprender juntos cómo relacionarnos con nuestro entorno, esto tendrá un efecto multiplicador imparable. Si escuchamos a nuestros abuelos, conoceremos cómo vivían en un mundo en el que el reusar era la norma, donde los electrodomésticos no se cambiaban cada dos años produciendo innecesarios residuos electrónicos, y el consumo era fundamentalmente local y regional fortalecimiento las cadenas de valor de los productos de la biodiversidad peruana. Si escuchamos a nuestros hijos, podremos aprender de la limpieza de playas como una práctica familiar, la segregación de residuos en la fuente, del reciclaje, de cómo ser más eficientes en nuestros consumos de energía y de agua, o cómo la bicicleta es el vehículo que debemos poner en valor.
En ámbitos urbanos, seamos conscientes de aquellos aspectos que pueden hacer mejor nuestra relación con nuestro entorno: de la mano de nuestras autoridades locales promovamos una movilidad sostenible fomentando el uso de la bicicleta y alertando sobre la contaminación que produzcan vehículos de transporte público o privado; implementemos las normas sobre segregación de residuos en la fuente; apostemos por iniciativas de reciclaje, reuso, reutilización creativa o suprareciclaje (upciclyng), compostaje y agricultura urbana; preocupémonos por el uso eficiente del agua y la energía; respaldemos la necesidad de una planificación urbana alertando sobre procesos irregulares de ocupación de terrenos sobre todo aquellos que impactan negativamente en ecosistemas frágiles o protegidos; apoyemos el consumo de productos locales y sostenibles.
Además, en ámbitos rurales, promovamos un desarrollo regional basado en las oportunidades que ofrece el territorio y que de ninguna manera excluye actividades económicas sino que las armoniza para beneficio de los pobladores de la zona, valoremos la importancia de nuestros bosques en pie (sean bosques secos, altoandinos o amazónicos), así como de nuestros humedales, glaciares y ecosistemas en general, pues no solo nos muestran las maravillas que nuestro país posee, sino que también constituyen una fuente vital de bienes y servicios ecosistémicos.
Seguir sintiéndonos orgullosos de ser uno de los países megadiversos del planeta depende de nosotros.
El 2020 nos presenta un año con retos, pero sobre todo con oportunidades y no podemos desperdiciarlas. Es un año para informarnos adecuadamente, proponer soluciones y ACTUAR YA!!!